Desde que el hombre es hombre ha existido el engaño: para beneficio económico, para satisfacer necesidades, para sobrevivir… En el mundo de la producción y comercio de alimentos ha sido así desde hace ya mucho, mucho tiempo…
Érase una vez, durante la Edad Media, que el comercio de especias era muy extendido. Claramente no se cubría la demanda y los precios eran altos; de manera que estas especias eran mezcladas con cáscaras de nueces molidas, huesos, semillas y hasta piedras. Era muy común además, el variar los pesos o volúmenes de los alimentos y bebidas alterando directa o indirectamente los sistemas de medida. Eso sí, en aquella época, si te pillaban cometiendo fraude, el precio a pagar era muy alto. Se instauraron en este tiempo las primeras leyes o edictos en torno a la adulteración y calidad de alimentos tales como el vino, el pan, la leche, la mantequilla y la carne. Felipe VI llegó a prohibir la venta de carne si no había tres testigos que pudieran certificar haber visto al animal vivo, y si el carnicero no había sido visitado por los “jurados de los gremios”.
En el siglo XIX resultaba bastante común encontrar en los mercados ingleses la leche diluida con agua (y si había “suerte” con algo de harina). Y mientras en España se encontraba la harina mezclada con otras harinas de menor precio o calidad; e incluso con fécula de patata, carbonatos, sulfato de calcio o huesos calcinados. Por esta época comenzó a existir cierta reocupación en España por el estado higiénico de los alimentos, creándose las Brigadas Sanitarias y los Institutos Provinciales de Higiene a principios del siglo XX.
De 1820 es la primera edición del famoso “Tratado sobre adulteraciones de los alimentos y venenos culinarios” de Fredrick Accum que aún podemos encontrar a la venta en nuestros días (y que fue una revolución/revelación en su época) y en el que habla de prácticas tales como agregar azul de Prusia al té; plomo rojo y mercurio a los quesos rojos, plomo y bermellón para cubrir los dulces; compuestos de cobre para hacer que los encurtidos parecieran de mayor calidad o yeso y tiza para blanquear el pan. Además, trata también temas como el alto contenido de plomo en el aceite de oliva español, causado por los envases de plomo utilizados para clarificar el aceite, y recomendaba incluso usar aceite de otros países como Francia e Italia, donde no se llevaba a cabo tal práctica.
En el siglo XXI nos encontramos con los famosos fraudes de la carne de caballo o la melanina en leche que llevó a las autoridades europeas a tomarse más en serio el legislar y castigar los fraudes en toda la cadena de suministro de alimentos; tanto si solo reportaban beneficio económico como si se ponía en riesgo la salud del consumidor.
En fin, cada época tiene sus costumbres, sus fraudes y sus castigos… Y colorín colorado, este cuento se ha terminado… ¡No, espera!… Si quieres saber más sobre fraude en la industria alimentaria te invitamos a que participes en el nuevo curso de Estandar, gestión alimentaria.
Fin
Dpto. Técnico